Mi análisis no depende de ninguna innovación de Milei, sino más bien de una conjugación de naipes desafortunada y peligrosa en una mano en la que factores aleatorios los pongan todos juntos. En ese sentido, no habría sorpresas. Si escribo lo que sigue es para expresar mi inquietud porque esto sería posible, y para enfatizar que nadie que comparta esta preocupación debería quedarse de brazos cruzados.
Milei y la consulta popular
Apenas una quincena después de haber asumido la Presidencia, Javier Milei retomó un tema sobre el cual, si bien luego no avivó el fuego, tampoco apagó las brasas. Más bien lo apuntaló con ideas complementarias. Descartando implícitamente cualquier alternativa de gobierno en coalición o de entendimientos parlamentarios estables, exhumó, ante la obvia adversidad de los números para la producción legislativa, la perspectiva de activación de instrumentos institucionales de consulta directa a la ciudadanía.
¿Cómo iba a resolver el problema si la casta se negaba a acompañar sus iniciativas? Muy simple, llamaría a un referéndum o a un plebiscito. A esta altura, uno no puede dejar de preguntarse si el presidente recurre a esos términos por ignorancia o por mendacidad. El lector no desconoce que la Constitución Nacional vigente permite a un presidente sólo la convocatoria de una consulta popular no vinculante, de voto no obligatorio.
Claro, en la retórica presidencial, ser así de preciso da mucho trabajo y no sirve para nada. ¿Consulta no vinculante? Qué diablos, referéndum, plebiscito, son términos que cargan una intensidad semántica poco común, se prestan mucho mejor a lo que el Presidente quiere.
¿Qué quiere el Presidente?
A mi juicio, to pave the way (pavimentar el camino). Quizás no tenga una visión precisa de dónde desea llegar. Eso dependerá de las circunstancias, pero sí del rumbo por el que ha de encontrar lo que busca. Intuye que el clima político que él mismo ha polarizado le es en gran medida favorable. Como si las experiencias históricas no nos dijeran nada, el mal de la radicalidad está incrustado en nuestra cultura política. De allí que la determinación y la velocidad parezcan a tantos muy apropiadas. Y con eso pueden contar los presidentes; por eso es que cuesta negar la aprobación de un galáctico DNU cuando la opinión pública frunce el ceño esperando que se haga lo que es debido, o aplauda un ajuste porque no tiene antecedentes en el mundo entero.
De allí que si evocar instrumentos de gran intensidad potencial como el referéndum o el plebiscito es el primer paso, el segundo es profundizar la separación de la gente y la casta. El ya manido “principio de revelación”, es más que un mero recurso para racionalizar como éxito, un fracaso en terreno legislativo. Es un nuevo paso en el camino, esta vez identificando a quienes están en su contra, dividiendo las aguas. “Nosotros mandamos los proyectos. El que quiere unirse, que lo haga. Si no salen, seguiremos insistiendo. Si no los votan, nos servirá para reafirmar la idea de que los políticos son gente que no quiere que la Argentina cambie. Eso nos suma para la política y para nuestra campaña”, dice alguien que oficia de protagonista y analista al mismo tiempo.
De allí que el tercer paso sea reforzar la constitución de un enemigo: quien no está con “nosotros” está contra la Patria, el pueblo, o es un traidor. Calificaciones entre muchas otras que están dichas, y/o escritas, y todas publicadas. Ni en los tiempos kirchneristas más cargados de odio era posible insumir tanto veneno político.
Pavimentar el camino
Insisto: este no es el escenario de llegada; es el camino que se está pavimentando. El suministro de veneno, valga la redundancia, envenena: envenena la vida política, la vida en común, los lazos sociales, débiles en cualquier país del mundo pero más y más frágiles entre nosotros. Los funcionarios de Presidencia explican que Milei quiere bajar la inflación y recuperar el control de la calle. Esto último es inquietantemente ambiguo. Tener el control de la calle es conseguir que los grupos que tradicionalmente la han dominado estén planchados. Y valerse para eso de un mecanismo de pinzas: inhibir los dispositivos operativos –mediante zanahorias y palos, figurativamente hablando– de movilización, por un lado, y cambiar el clima, hacia uno más represivo, no tan figurativamente hablando, por otro.
El camino podrá estar, entonces, jalonado por un activismo simbólico y discursivo tan intenso como carente del menor pudor. Valgan como ejemplo el cambio de nombre del Salón de la Mujer, o la narrativa crasamente sesgada que se volcó oficialmente el 24 de marzo, o la desfachatez de sugerir, el 2 de abril, que si las Malvinas no han vuelto “a manos argentinas”, ha sido porque “nadie tomaría en serio el reclamo de defaulteadores seriales, corruptos, o dirigentes políticos que más que una visión de país, defienden un modelo de negocios”.
Todo esto podrá ser complementado con acciones, que habrán de deslizarse en el camino ya pavimentado, orientadas a proporcionar el marco para un populismo más asumido, digamos, no solamente más activista en términos de decisionismo (decretismo, emergencia y delegación) y coacción presidencial sobre la casta, sino también de respaldo de masas, a través, sea de consultas populares no vinculantes (art. 40 CN), sea de iniciativas populares (art. 39 CN), sea de poner gente en la calle (es poco más o menos la misma cosa) y la consiguiente presión sobre las diferentes castas.
Aunque sea difícil establecer de antemano los tiempos así como prever las trayectorias específicas del rumbo aquí esbozado –muy a disgusto–, no es imposible imaginar algunas configuraciones. Una de ellas podría ser impulsada por una resistencia tozuda de la inflación a caer por debajo del 7% mensual en lo que resta del año. Si así fuera, se ingresaría en un contexto político delicado para el gobierno, tanto en términos de popularidad como de disposiciones cooperativas de las fuerzas políticas que componen la casta. Parafraseando a Caputo, es probable que la apuesta de Milei sea mantenerse ajeno al “juego político habitual”. Noticia doblemente mala: la inflación seguirá alta y el gobierno seguirá apartado de la política de composición.
De seguirse por este camino improbable pero no imposible, resulta claro que se acrisolaría una forma coalicional nueva, que podría expresarse, para comenzar, en las elecciones de 2025.
Si en una mano las cartas se le dan al Presidente como aquí me temo, el juego, de cualquier modo, podría salirle bien o mal. En el primer, caso la Argentina entraría, en mi opinión, a un nuevo callejón (sin haber salido de aquel en que está). Si le sale mal, Milei experimentará la gloria “de haber sido el único que se atrevió”, valientemente.
En cualquier caso, conoceremos una nueva edición del “triunfo de la voluntad”, del héroe por encima de los mediocres y las instituciones, en una época en la que el mundo entero parece haberse convencido de que las instituciones no son nada y los hombres lo son todo.